24 de junio de 2013

Actividad Viernes 5/7/2013 - FLAPAG - AAPPG - "Afectados" por la inundación en La Plata: ¿Qué hace un psicoanalista ante una situación de catástrofe?

Título: La inundación. Bordes posibles, desbordes inevitables, encuentros necesarios.
Silvia Sisto

Un grupo de psicoanalistas miembros la Red: Otro lugar, participamos del trabajo en territorio, con los inundados de La Plata, en la zona de Los hornos. Gracias a la experiencia que tomamos de otras intervenciones; por nuestro trabajo con poblaciones en villas de emergencia, logramos detectar “un lugar” donde intervenir sin invadir, sin hacer disrupciones. Este es uno de los mayores riesgos en estas tareas. Como sucede en los casos graves, ir a la conquista del territorio del otro es provocar más angustia de la que hay. Preguntar, indagar, relevar datos en los primeros momentos puede ser sumamente invasivo, si el otro no está disponible. Y no lo está. Nuestro trabajo es otro, se trata de escuchar aun cuando no haya palabras para nombrar o justamente por eso. Se trata de generar algún encuentro posible sin que se asimile a más desbordes. Y aunque parezca desproporcionado frente a la magnitud de una catástrofe, es la atención libremente flotante un elemento muy noble. Fue así que una de las colegas, Laura Lueiro, propuso caminar, simplemente caminar. Claro, caminar en la desolación, aunque por suerte había sol y eso mejoraba las cosas, no es tan simple. Nos fuimos acercando a la gente amablemente, en este caso desde nuestro lugar de psicólogas voluntarias. Hace a mi posición ética reconocerme también en esta función cuando de intervenciones comunitarias se trata, es el título que me habilita desde la ley social. También la experiencia personal y la lectura de nuestros maestros indica que en muchos casos la demanda hay que generarla. Sería un desprecio, ahora a la ética del deseo que como analista me habita, no hacerlo. Por eso, nos acercamos, a aquellos que estaban en la puerta o en la calle. No golpeamos puertas ni empujamos conversaciones. Solo caminamos y charlamos con los vecinos. Julia Castañeda conversaba sentada sobre un resto de cemento, con una niña; mientras Laura y yo hablábamos con una abuela cuya nieta estaba muy cerca de una crisis de broncoespasmo y no tenía medicación. Por intermedio nuestro, a través de otros actores sociales conseguimos la presencia de un médico en la zona, que se instaló en la casa de un vecino y la niña junto a muchos otros, fue atendida. Armamos red. Facilitando así alguna trama, algún sostén, nuestra presencia en ese ir y venir iba otorgando cierta vitalidad a la escena. Cierta cuota de posibilidad.
Caminábamos la zona y en esa deriva, entre triste y desolada, mezcla de angustia y cansancio (nuestros cuerpos estaban afectados por la situación) detecto a lo lejos un alambrado y del otro lado, un señor con una olla enorme. Y me dije: allí hay algún recurso (¿simbólico?) que ha resistido el desborde. El caos se ordenaba alrededor de una olla. Era el hogar cuyo abuelo, había organizado una merienda para los chicos de la zona. Y después de explicarle nuestra idea, nos dice: “sí, jueguen con los chicos, así los sacamos un poco de todo esto”. Armamos entonces un espacio de juego para los que asistían a buscar la merienda. Este no es un detalle menor, se llevaban botellas de chocolatada para tomar en su casa con sus hermanos y familia, dejando así de ser “evacuados”. Palabra que entra cotidianamente en la serie de palabras en uso, esas que parecieran perder su valor plurisémico y significante. Sin embargo muchas veces precipitan y allí podríamos arriesgar que generan ese dolor traducido en violencia, depresiones y otros malestares, con mucha lógica. Pero además, no es lo mismo “evacuar” que ser un “evacuado”. El “evacuado” está en posición absolutamente pasiva. Este abuelo en su acto imprimía dignidad y un cambio de posición: se llevaban la merienda y a la noche la cena. Para eso tenían que hablar, pedir, agradecer y esperar en un orden muy espontáneo. Su presencia, la olla, los objetos necesarios armaban una escena donde sostenerse.
Con su permiso nosotras armamos el espacio en la vereda, con un tablón y dos sillas resto también del desastre, se construyó una mesa. No sería para comer sino para dibujar, otro desplazamiento. Los chicos aparecieron antes de terminar de ubicar los materiales. Hubo dibujos, relatos, encuentro. Nuestra función fue hacer lugar al relato de lo traumático, por diferentes vías. Fue sorprendente que ante semejante caos respondieron con semejante armonía. Nadie se abalanzó sobre nada, ni disputo un lápiz. Todos cuidaban, prestaban, preguntaban. Nosotras solo conteníamos la escena desde los bordes, bordeando. Ayudando, pegando y colgando los trabajos en el alambrado. Muchos querían poner el suyo pero después de llevar el primero a su mamá. Las edades eran muy variadas, desde 2 a 12 años. Nos decían seño. La función de la escuela “nos ocupaba”. ¿Semblante? Porque no. En ese momento esa presencia nuestra ¿podría ser asimilada al estado en tanto función? Tal vez y no está nada mal, ya que al estado cada uno lo habita desde alguna función. Para ellos éramos las seño…
Con la caída del sol llegó el repliegue. Uno de los chicos pregunta: ¿Vienen mañana? ¿Para qué queres que volvamos? Para jugar. Jugando rearmaron tal vez, su construcción simbólico imaginaria acotando reales, soportando realidades. Cada uno con su particularidad atenuó en este movimiento labilidades arcaicas, miedos nuevos, ruidos de agua golpeando el rancho. No pedían ni agua ni comida, querían jugar, estaban aliviados.
Habían pasado del ir y venir a sentarse a jugar. Estaban tranquilos, salieron del puro llenado (recibir tanta cantidad de donaciones es muy intenso) frente al vacío que paradójicamente la inundación había dejado y pasaron al deseo/anhelo de seguir jugando.
¿Sería excesivo comparar estas circunstancias con un episodio de desborde pulsional? Tiene algún viso: Frente a las fragilidades hay episodios que empujan al desborde, al derrumbe. Y dependerá de las circunstancias previas si se responderá con empobrecimiento o construcción. Entonces me lo permito ya que la situación en sí misma precipita eso que llamamos: el goce del Otro, ese que no debería haber, como la guerra y la locura. El agua es imparable sobre todo si sube dos metros en media hora. El llamado al Otro es también puede ser imparable.
El abuelo relata que el rancho se venía abajo y él pensó “abro la puerta de adelante y de atrás y el agua pasa”. Y así salvo el lugar. Cuantas personas frente a lo mismo no pudieron pensar, escuchar, y responder intuitivamente a semejante avance. Ese recurso, la intuición, es clave en algunos momentos de decisión, pero no todos la tienen disponible sobre todo cuando no hay una organización simbólico imaginaria previa. Esa organización no solo es interna sino también puede ser social, por ejemplo: un protocolo de emergencia. Que proteja, que ortopedice las fallas subjetivas y los desbordes emocionales en momentos tan difíciles.
Y entonces, y como protocolo no hubo, ni hay por ahora, algunos responden con todos sus recursos y otros, al decir de Laura: responden regresivamente. Llorando, gritando, puteando al estado que no está en función. Responden ahogados por ese goce sin mesura.
Muchos vecinos se quejaban diciendo: “acá no vino nadie”. Y frente a la pregunta sobre qué necesitan, repetían: “nada, acá no vino nadie”. No se referían a los voluntarios que llevaron comida, ropa o agua. ¿Se referían a la presencia del estado en función protectora más allá de los objetos de necesidad? Otros vecinos, el de al lado por ejemplo, decía: “estamos bien, nos trajeron de todo”. Es evidente que la diferencia está en la subjetividad de cada uno. Este planteo no pretende salvar al estado en su ausencia de diferentes modos. Ni le quita el mérito a su presencia en otros. Lo que se hizo evidente es que las donaciones no suplían esa función protectora reclamada por los más frágiles, que no siempre son los más pobres. La función que verdaderamente se reclama es la materna y la paterna: alguien que nos cuide, que nos abrigue, que haga algo!! Es la demanda desmedida de un niño. Y es muy lógico también.
El abuelo de nuestra historia pudo tomar otra posición, él hacía algo con lo que le pasaba. Fue muy grato conocerlo y poder aportar un detalle más para terminar con esa torpe idea de que los pobres no tienen recursos y los psi no tenemos nada importante que hacer en una catástrofe entre natural y político social.

Este artículo fue publicado en parte, en Imago Agenda y Página 12

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Relato de algunos aspectos de la experiencia de acompañamiento a damnificados por la inundación en el Barrio Los Hornos de La Plata el domingo 13 de Abril de 2013.

Laura Lueiro - Psicoanalista

Coordinadora de la Red: Otro Lugar. Marginación, no.

Qué hacemos los psicoanalistas ante una situación de catástrofe?

Nosotros tratamos de ubicarnos en la situación y pensar qué podíamos hacer que fuera útil y que no resultara un obstáculo.

Tomamos dos vías de acción:

La primera tuvo que ver con la difusión por medio del Facebook de la Red, fundamentalmente. Las redes sociales mostraron una fluidez en la comunicación inesperada. A diferencia de los grandes medios tanto gráficos como radiales y televisivos que apuntaban a transmitir la magnitud de la tragedia, las redes permitieron ir transmitiendo puntualmente necesidades particulares, grupales y/o barriales: personas perdidas, encontradas, enfermas, necesitando alguna medicación, zonas “liberadas”, etc. y conectando estas necesidades con las autoridades, con quienes podían colaborar, avisando sobre los distintos lugares de acopio, sobre lo que hacía falta realmente, en qué condiciones, a quién entregarlo, etc. Incluso, muchos afectados contaban espontáneamente su padecimiento y recibían comentarios solidarios aún de desconocidos.

La segunda vía tuvo que ver con la intervención en territorio. Sabíamos por nuestra experiencia de trabajo en ámbitos ligados a lo social que para poder entrar en una situación de este tipo, hay que ir de la mano de personas que conozcan el territorio y agencien de nexo o bien a través de alguna institución que por su prestigio en la comunidad, genere en las poblaciones un mínimo de confianza y siempre en acciones coordinadas – en la medida de lo posible – con los otros agentes que estén interviniendo.

Los primeros movimientos que hicimos para ponernos a disposición de instituciones que supusimos iban a centralizar la convocatoria de profesionales “psi”, no llegaron a buen puerto. Las de La Plata, estaban literalmente desbordadas porque muchos de sus integrantes o sus familiares estaban directamente afectados. Y las que contactamos en Buenos Aires, o no pensaban intervenir o se dedicaron al acopio de mercaderías. Así estábamos cuando recibimos la invitación de un movimiento político que estaba convocando a psicólogos de Buenos Aires. A ellos nos plegamos para acceder a las zonas donde nuestra presencia podía ser de utilidad - no sin varios desencuentros que darían para otra charla – pero que finalmente nos llevaron a un destino: El Barrio Los Hornos.

Se llega por una calle asfaltada que lo corta en dos. Al mismo tiempo y perpendicularmente es atravesado por un mísero arroyo que desbordó como nunca había sucedido en el pasado.

Sobre la calle asfaltada, nos encontramos con numerosos vehículos particulares que entregaban lo que podían.

Nos acercamos a un merendero con cartel de unidad básica donde vivía una señora con su hija y varios niños. La situación de ese lugar era desastrosa en muchos sentidos lo que nos sembró la idea de que también lo era antes de la inundación. La señora no había reorganizado el merendero ni organizado ninguna acción desde esa supuesta unidad básica. Se quejaba permanentemente de que “no había ido nadie”.

Esta queja fue escuchada en varias ocasiones esa tarde. Cuando uno preguntaba, resulta que habían ido camiones de mercadería, voluntarios de distintos tintes, particulares, etc. De hecho, mientras estuvimos vimos dos camiones repartiendo mercadería y a los bomberos voluntarios de Madariaga que llevaron 100 viandas recién preparadas por ellos, “calentitas… para comerlas ya”, como dijo el bombero que andaba buscando hambres.

Entonces? Creo que todos se referían a una presencia de los organismos asociados al estado: defensa civil, bomberos, personal del municipio, policía, gendarmería, etc.

Muchos reclamaban que esos organismos no habían estado en el momento de la inundación y que no los habían ayudado a sortear la emergencia. Reclamo poco consistente, considerando que según sus propios relatos el agua subió en menos de una hora a más de 1,80 de altura. No había forma de que nadie pudiera anticipar ese fenómeno como para estar allí en ese momento. Esta posición la encontramos en muchos de sus dichos.

Ante la situación de tragedia, una reacción posible fue la regresión. Reclamar al estado y al gobierno, como un niño puede reclamar a un padre: Cómo no lo previeron, cómo no estuvieron, cómo no nos cuidaron? (Con esto no estoy diciendo que no haya habido descuido o imprevisión. Lo que digo es que como defensa se hubiera producido igual independientemente de la validez del reclamo).

Otros reaccionaban con enojo ¿por qué no? ¿Cómo no estar enojado ante semejante hecatombe? Y esa reacción lleva al siguiente escalón: alguien debe ser culpable de lo que pasa y objeto de mi furia.

Cómo aceptar la irrupción de lo real de un modo del que no había precedentes? Cómo anticipar lo que era imposible de anticipar? (Y vuelvo a lo anterior: se podía anticipar inundaciones si no estaban al día las obras hidráulicas necesarias. Pero creo que nadie pensó que podían llover 300 ml en 2 horas y las consecuencias que eso tendría).

Conversando con los vecinos, nos encontramos con las mismas historias repetidas con las variaciones singulares de cada persona y familia:

La noche oscura, oscurísima. La luz que se corta. El agua que sube hasta sobrepasar el techo de los ranchos. Los muebles flotan, se caen heladeras. La calle de tierra se convierte en río torrentoso que arrastra objetos, animales y personas. La gente en calzones tratando de huir hacia tierras más altas escapando a través de casas vecinas. El frío, la oscuridad, el ruido de la destrucción y el terror.

Relato de la escena radicalmente traumática.

Traumática porque no hay forma que se pueda procesar en tan pocos minutos, semejante cantidad de estímulos que ponen en riesgo la vida propia, la de los seres queridos y la pérdida de los objetos que jalonan la cotidianeidad.

Traumática porque lo real irrumpe en el nudo desarticulando – temporalmente –lo simbólico de lo imaginario. Entonces, lo que entendemos por realidad psíquica, lo que creemos entender de nuestro mundo, tiende a la desarticulación como en algunas pesadillas y en ciertos desencadenamientos psicóticos.

Qué se hace con lo traumático? Se lo hace hablar porque en el decir, se va reestructurando la cadena significante, se construye una historia, una trama, un relato. Lo desconocido se torna conocido y algo deviene comprensible. Se va reconstruyendo la realidad perdida para poder re-ubicarse en los tres registros y desde allí accionar.

Pero este hacer hablar, tiene que respetar los tiempos concretos, los tiempos subjetivos y la instalación de una mínima transferencia que habilite un espacio discursivo.

Con tiempos concretos, me refiero a que no podemos nosotros, los psi, repetir la misma escena, irrumpiendo en la cotidianeidad. No podemos golpear las puertas de las casas para que las personas nos cuenten su trauma. Quizás, ese era el único rato en que alguien había logrado conciliar el sueño, o había encontrado un espacio para la intimidad en medio del desastre o simple y respetablemente, no quiere hablar con extraños.

Por eso, elegimos acercarnos a los vecinos que estaban en la vereda – de algún modo – disponibles a la conversación. El presentarse como psicólogo, voluntario, interesado en saber cómo se encontraban (Y no en qué necesitan) alcanzó en la mayoría de los casos para que el relato se iniciara y se sumaran otras voces. Y al que no le interesaba hablar, le regalábamos una sonrisa solidaria que transmitía algo así como: Respeto tu silencio y entiendo que estás angustiado y dolorido. Escuchábamos hasta donde cada quién quería y podía hacerse oir, incentivando el relato con preguntas que lo facilitaran. Sin insistir, ni forzar, y mucho menos, interpretar.

Muchos de los chicos del barrio se divertían yendo y viniendo a la pesca de los objetos que se repartían. Y allí llegó uno muy orgulloso con una cartera para su mamá, otros con botellones de agua o gaseosa. Habían transformado la desgracia en juego.

Un señor del barrio había organizado una olla popular en su casa donde venían preparando las cuatro comidas que con buen criterio, eran repartidas para que cada familia comiera en la intimidad de su casa (o lo que se acercara a eso).

Proponemos armar un espacio para los niños allí, en la calle, sobre la tierra, al lado de la olla en la que se calentaba la chocolatada. Fue una experiencia extraordinaria en muchos sentidos. No me voy a detener en ella porque descuento que lo hará Silvia Sisto.

En cuanto a la tragedia en general:

Para resaltar:

Una vez más, la solidaridad de la gente:

- En primero lugar, de los damnificados mismos que colaboraron entre ellos para rescatar a niños y ancianos y salvar pertenencias propias y ajenas. Vecinos que comparten lo poco que tienen: medicamentos, abrigo, comida y un mate, por supuesto.

- Y luego la generosidad de los que donaron mercadería, los que colaboraron con la difusión y los que donaron su tiempo como voluntarios. Los que acompañaron con su presencia y buenos deseos de la forma que fuese.

En nuestro modo de funcionamiento social, con una fuerte tendencia al individualismo y a la fragmentación de los lazos sociales, cada tanto se producen estos “carnavales de solidaridad” como los llama Zygmut Bauman. Carnavales en los que, por un corto período de tiempo la mayoría nos adherimos circunstancialmente a la causa o desdicha de otros, poniendo en escena esos lazos que empezamos a extrañar. Pero rápidamente, y en cuanto el episodio deja de ser noticia volvemos a nuestra supuesta “normalidad”. Habrá alguna forma de que la solidaridad a borbotones se consolide en una contidianeidad? Y qué podemos hacer para esto?

10 de junio de 2013

Aporte científico a FLAPAG del Dr. Mario Campuzano (AMPAG)

PSICOTERAPIA GRUPAL VINCULAR-ESTRATÉGICA, UN ENFOQUE PSICOANALÍTICO

Por Mario Campuzano (Médico, psiquiatra, psicoanalista. Miembro pleno de AMPAG).

Los grupos psicoanalíticos se desarrollaron en Argentina desde dos modelos: el de la psicoterapia del grupo y el de los grupos operativos. Ambos fueron transmitidos a los demás países de Latinoamérica, entre ellos a México, donde el modelo usado por los psicoanalistas para fines terapéuticos fue el de la psicoterapia del grupo y el de grupos operativos predominó en el trabajo comunitario, la enseñanza y el análisis institucional.
En contraste la asociación argentina de grupos (AAPPG) se deslindó rápidamente de la psicoterapia del grupo de Grinberg, Langer y Rodrigué por un conflicto entre subgrupos y produjo su desarrollo del modelo de configuraciones vinculares inicialmente a partir de Pichon-Rivière y Bleger en la etapa kleiniana y, después de realizar un giro teórico de tipo estructural-lingüístico, se siguió el enfoque post-estructuralista de Kaës.
(...)
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8 de junio de 2013

"Jornada Interdisciplina y Consejo de la Magistratura: aportes desde la Salud Mental"


JORNADA


INTERDISCIPLINA Y CONSEJO DE LA MAGISTRATURA: APORTES DESDE SALUD MENTAL

FEPRA-JUSTICIA LEGÍTIMA
28 de JUNIO de 2013


BIBLIOTECA NACIONAL
AUDITORIO JORGE LUIS BORGES


FUNDAMENTOS.
En el marco de la actual reforma del poder judicial promovida por la Presidenta de la Nación y aprobada por el Parlamento se plantea como uno de los ejes la Reforma del Consejo de la Magistratura la ampliación de sus miembros, la participación popular y la incorporación de la perspectiva interdisciplinaria.
Como trabajadores del campo de la salud mental queremos hacer nuestro aporte a este nuevo enfoque, en un ámbito participativo que convoque a psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, sociólogos, filósofos, terapistas ocupacionales, musicoterapeutas, enfermeros, abogados, usuarios y familiares de servicios de salud mental.
El objetivo de esta Jornada es, por una parte, analizar el funcionamiento tradicional del sistema judicial en relación con el sistema de salud mental, en la medida en que ambos se han sostenido en una hegemonía disciplinar, y por el otro, como construimos un nuevo modelo democrático que, basado en la plena vigencia de la ley de salud mental y en la reforma del Consejo de la Magistratura, incorpora el eje interdisciplinario.
Este nuevo modelo inaugura un escenario inédito que implica otro esquema de toma de decisiones, donde no hay saberes absolutos, distribuyendo el poder entre distintas disciplinas y enriqueciendo la administración de justicia.

Ejes:
-Ruptura de las Hegemonías
-Hegemonía de los saberes en Justicia y Salud Mental
-Justicia y Salud Mental
-El aporte de la interdisciplina al Consejo de la Magistratura